lunes, 19 de noviembre de 2018

LA MUERTE EN ROMA


El aspecto más destacado del sentido de la muerte en Roma, es la pervivencia de la memoria del difunto, recordar al difunto significaba que estaría satisfecho y que durante el tiempo que fuera recordado sería inmortal.
 
Por este motivo, el pater familias fundamentalmente tenía una serie de obligaciones en diferentes momentos del año, para rendir homenaje a sus antepasados.
Las familias patricias y los más nobles conservaban en las casas las máscaras de los antepasados.



Para empezar, el calendario romano se dividía en días fastos ( días de trabajo, días de actividad jurídica) y días nefastos (festivos: días de rendir culto a los dioses y a los muertos, la actividad humana cesaba pero no la religiosa). 

La muerte era una realidad muy presente, a la cual le dedicaban un lugar especial heredado de griegos y etruscos.



Los soldados muertos en servicio, por ejemplo, eran enterrados de forma colectiva gracias a las contribuciones de sus compañeros.
A los patricios les correspondía la ceremonia funus translaticum, mientras que a los nobles que habían contribuido al bien del estado gozaban del funeral funus publicum, que el tesoro público se encargaba de financiar.
Los pobres acababan en una fosa común.
Los que podían pagar la “ collegia funeraticia” accederían a un columbario.
Con la República romana se comenzó a creer en la diferenciación entre el cuerpo y el alma.
Para que el alma estuviera en la morada subterránea era imprescindible que el cuerpo al que estaba asociado quedase recubierto de tierra, ya que existía la creencia entre los antiguos de que el alma no abandonaba el cuerpo y seguía viviendo junto a él.
La Tierra así acogía al ser que había engendrado. 

El alma que no tenía una tumba carecía de morada y vagaba errante en forma de fantasma. Estas almas se convertirían en malhechoras, atormentando a los vivos y enviándoles enfermedades para obligarles a darles sepultura a su cuerpo. 



El  Destino, un dios ciego hijo del Caos y de la Noche tenía una urna en la que se encontraba la suerte de los mortales. Sus decisiones eran irrevocables y era cometido de tres Parcas ejecutar sus órdenes. Cloto, la más joven daba vueltas en la rueca a los hilos de los que dependía la vida de los humanos. Laquesis hacia girar el huso enrollando estos hilos, presidia los matrimonios y Atropos, la mayor, cortaba los hilos cuando llegaba la hora de la muerte. 


 Los antiguos romanos creían que la localización del más allá se encontraba en la profundidad de la tierra. En el foro de las ciudades existía una fosa ritual que se excavaba en la fundación de las ciudades y era conocida con el nombre de  mundus, y ponía en contacto directo el mundo de ultratumba.


Con la muerte física del cuerpo se creía que las almas iban al mundo subterráneo de Hades, que no era ni cielo ni infierno. En los primeros tiempos en Roma existía la creencia de un dios de la muerte llamado Orcos que vivía rodeado de los Manes, difuntos divinizados. Posteriormente el inframundo fue gobernado por Plutón y su esposa Proserpina que vivían en un palacio en los Campos Elíseos. Lugar iluminado donde habitaban las almas de los héroes y las mujeres y hombres buenos.



 

En segundo lugar estaban los prados Asfódelos. Era una llanura de flores Asfódelas que también era la comida favorita de los muertos. Aquí estaban las personas que habían tenido una vida equilibrada respecto al bien o al mal. Un lugar donde las almas bebían agua de río Leteo que les hacían perder su identidad y memoria. 





 
El Tártaro era el tercer lugar reservado para las personas cuyo juicio era negativo. Consistía en una prisión fortificada, rodeada de un río de fuego, donde eran conducidos los crimínales que habían sido condenados. Allí eran castigados hasta que hubieran pagado su deuda con la sociedad.




Existían dos moradas más las propias orillas del río Aqueronte, en cuya rivera permanecían errantes durante cien años los insepultos, suicidas o quienes no tuvieran un óbolo para pagar el viaje. Y el valle del Eteo donde se encontraba el río del olvido que debían cruzar las almas de los que esperaban una nueva vida, puesto que la suya había sido interrumpida prematuramente. 


Plutón era el dios del inframundo pero no era el Dios de la Muerte esa función la asumía Mors. Plutón lo enviaba para recoger a los muertos una vez las cadenas de la vida  eran cortadas por las Parcas del destino. Si Mors o Plutón no permitían la entrada de las almas al inframundo, estas quedaban en el limbo para toda la eternidad.
 



A continuación se preparaba el cadáver, se lavaba con agua caliente, lo cubrían de ungüentos. Se vestía al difunto en consonancia con su categoría, esto es, con diferentes tipos de togas según sus cargos y méritos en la vida. El duelo duraba 3 días que fueron ampliados con el tiempo a 7.
Así dispuesto, se le colocaba acostado en el atrio de la casa, con los pies hacia la puerta; alrededor de él se distribuían lámparas, flores, se quemaban perfumes, un esclavo se encargaba de abanicarlo, las mujeres lloraban (o incluso se podía contratar gente para que lo hiciera), se lamentaban, rasgaban sus mejillas y los amigos le daban un último adiós.
El día en el que se celebraban los funerales (imagines maiourum), las máscaras de los antepasados ilustres soportadas por figurantes  y familiares que acompañaban al muerto.
La comitiva fúnebre cobraba un carácter teatral, ya que se simbolizaba como los antepasados acompañaban al difunto, incluso teatralizaban gestos del difunto .
En época imperial concurrían a los funerales de los nobles las plañideras.




Los ritos funerarios de los notables culminaban ante una hoguera a las afueras de la ciudad, donde el difunto ardía junto a una serie de objetos sacrificados. Las brasas de los cadáveres se sofocaban con vino, mientras que los huesos chamuscados se untaban con miel antes de depositarlos sobre una urna.
Concluido el sacrificio, se celebraba el  banquete funerario.


Aunque, en realidad, la ceremonia de despedida de la vida terrenal iba acompañada de cuatro ágapes. El primero tenía lugar el día de la inhumación del difunto. Los tres restantes, cuando los parientes buscaban consuelo,
se celebraban a los tres, nueve y a los 30 días.
Finalmente, transcurridos unos días, la urna con los restos era trasladada al sepulcro y, al cabo de nueve días se llevaba a cabo un último sacrificio. Las ofrendas de vino y aceite a los difuntos (libaciones) eran habituales. 

Pero no termina aquí, Libitinia era la diosa encargada de  velar las obligaciones con los muertos, son los funus ( tumba/funerales) importantes para conservar la memoria del difunto.
Los RITOS son los de la casa, junto a la tumba ( pira en forma de altar, la última mirada a la luz, sacrificio de animales, ofrendas de alimentos y perfumes, tirar tres puñados de tierra, agua y vino de despedida) El lugar de la sepultura se barre y se consagra con el sacrificio de una cerda a Ceres y Tellus, se llamaba tres veces al difunto para que entrar en la morada que se le había preparado. La tumba tiene carácter de altar.
 

Las gentes humildes, por el contrario, eran enterradas por la noche, el mismo día en que morían (no como los emperadores, que eran expuestos una semana) y en general los muertos pobres eran inhumados porque este acto era más barato que el de la incineración.
La muerte de los niños era vivida además con un temor supersticioso, ya que va contra las leyes de la naturaleza. 



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