El aspecto más destacado del
sentido de la muerte en Roma, es la pervivencia de la memoria del difunto,
recordar al difunto significaba que estaría satisfecho y que durante el tiempo
que fuera recordado sería inmortal.
Por este motivo, el pater
familias fundamentalmente tenía una serie de obligaciones en diferentes
momentos del año, para rendir homenaje a sus antepasados.
Las familias patricias y los
más nobles conservaban en las casas las máscaras de los antepasados.
Para empezar, el calendario romano se dividía en días
fastos ( días de trabajo, días de actividad jurídica) y días nefastos
(festivos: días de rendir culto a los dioses y a los muertos, la actividad
humana cesaba pero no la religiosa).
La muerte era una realidad muy presente, a la cual le
dedicaban un lugar especial heredado de griegos y etruscos.
Los soldados muertos en servicio, por ejemplo, eran
enterrados de forma colectiva gracias a las contribuciones de sus compañeros.
A los patricios
les correspondía la ceremonia funus translaticum, mientras que a los
nobles que habían contribuido al bien del estado gozaban del funeral funus publicum, que el tesoro público
se encargaba de financiar.
Los pobres acababan en una fosa común.
Los que podían pagar la “ collegia funeraticia”
accederían a un columbario.
Con la República romana se comenzó a creer en
la diferenciación entre el cuerpo y el alma.
Para que el alma estuviera en la morada subterránea era
imprescindible que el cuerpo al que estaba asociado quedase recubierto de
tierra, ya que existía la creencia entre los antiguos de que el alma no
abandonaba el cuerpo y seguía viviendo junto a él.
La Tierra así acogía al ser que había engendrado.
El alma que no tenía una tumba carecía de morada y vagaba
errante en forma de fantasma. Estas almas se convertirían en malhechoras,
atormentando a los vivos y enviándoles enfermedades para obligarles a darles
sepultura a su cuerpo.
El Destino, un
dios ciego hijo del Caos y de la Noche tenía una urna en la que se encontraba
la suerte de los mortales. Sus decisiones eran irrevocables y era cometido de
tres Parcas ejecutar sus órdenes. Cloto,
la más joven daba vueltas en la rueca a los hilos de los que dependía la vida
de los humanos. Laquesis
hacia girar el huso enrollando estos hilos, presidia los matrimonios y Atropos, la mayor, cortaba los
hilos cuando llegaba la hora de la muerte.
Los antiguos romanos creían que la localización del más
allá se encontraba en la profundidad de la tierra. En el foro de las ciudades existía
una fosa ritual que se excavaba en la fundación de las ciudades y era conocida
con el nombre de mundus, y ponía en contacto
directo el mundo de ultratumba.
Con la muerte física del
cuerpo se creía que las almas iban al mundo subterráneo de Hades, que no era ni cielo ni
infierno. En los primeros tiempos en Roma existía la creencia de un dios de la
muerte llamado Orcos que
vivía rodeado de los Manes,
difuntos divinizados. Posteriormente el inframundo fue gobernado por Plutón y su esposa Proserpina que vivían en un
palacio en los Campos Elíseos.
Lugar iluminado donde habitaban las almas de los héroes y las mujeres y hombres
buenos.
En segundo lugar estaban los
prados Asfódelos. Era una llanura de flores Asfódelas que también era la comida
favorita de los muertos. Aquí estaban las personas que habían tenido una vida
equilibrada respecto al bien o al mal. Un lugar donde las almas bebían agua de
río Leteo que les hacían perder su identidad y memoria.
El Tártaro era el tercer lugar
reservado para las personas cuyo juicio era negativo. Consistía en una prisión
fortificada, rodeada de un río de fuego, donde eran conducidos los crimínales
que habían sido condenados. Allí eran castigados hasta que hubieran pagado su
deuda con la sociedad.
Existían dos moradas más las
propias orillas del río Aqueronte, en cuya rivera permanecían errantes durante
cien años los insepultos, suicidas o quienes no tuvieran un óbolo para pagar el
viaje. Y el valle del Eteo donde se encontraba el río del olvido que debían
cruzar las almas de los que esperaban una nueva vida, puesto que la suya había
sido interrumpida prematuramente.
Plutón era el dios del inframundo
pero no era el Dios de la Muerte esa función la asumía Mors. Plutón lo enviaba
para recoger a los muertos una vez las cadenas de la vida eran cortadas por las Parcas del destino. Si Mors
o Plutón no permitían la entrada de las almas al inframundo, estas quedaban en
el limbo para toda la eternidad.
A continuación se preparaba el
cadáver, se lavaba con agua caliente, lo cubrían de ungüentos. Se vestía al
difunto en consonancia con su categoría, esto es, con diferentes tipos de togas
según sus cargos y méritos en la vida. El duelo duraba 3 días que fueron
ampliados con el tiempo a 7.
Así dispuesto, se le colocaba
acostado en el atrio de la casa, con los pies hacia la puerta; alrededor de él
se distribuían lámparas, flores, se quemaban perfumes, un esclavo se encargaba
de abanicarlo, las mujeres lloraban (o incluso se podía contratar gente para
que lo hiciera), se lamentaban, rasgaban sus mejillas y los amigos le daban un
último adiós.
El día en el que se celebraban
los funerales (imagines maiourum), las máscaras de los antepasados ilustres
soportadas por figurantes y familiares
que acompañaban al muerto.
La comitiva fúnebre
cobraba un carácter teatral, ya que se
simbolizaba como los antepasados acompañaban al difunto, incluso teatralizaban
gestos del difunto .
En época imperial concurrían a los funerales de los nobles las plañideras.
Los
ritos funerarios de los notables culminaban ante una hoguera a las afueras de
la ciudad, donde el difunto ardía junto a una serie de objetos sacrificados.
Las brasas de los cadáveres se sofocaban con vino, mientras que los huesos
chamuscados se untaban con miel antes de depositarlos sobre una urna.
Concluido el sacrificio, se celebraba el banquete funerario.
Concluido el sacrificio, se celebraba el banquete funerario.
Aunque,
en realidad, la ceremonia de despedida de la vida terrenal iba acompañada de cuatro
ágapes. El primero tenía lugar el día de la inhumación del difunto. Los tres
restantes, cuando los parientes buscaban consuelo,
se
celebraban a los tres, nueve y a los 30 días.
Finalmente,
transcurridos unos días, la urna con los restos era trasladada al sepulcro y,
al cabo de nueve días se llevaba a cabo un último sacrificio. Las ofrendas de
vino y aceite a los difuntos (libaciones) eran habituales.
Pero
no termina aquí, Libitinia era la diosa encargada de velar las obligaciones con los muertos, son
los funus ( tumba/funerales) importantes para conservar la memoria del
difunto.
Los
RITOS son los de la casa, junto a la tumba ( pira en forma de altar, la última
mirada a la luz, sacrificio de animales, ofrendas de alimentos y perfumes,
tirar tres puñados de tierra, agua y vino de despedida) El lugar de la
sepultura se barre y se consagra con el sacrificio de una cerda a Ceres y Tellus,
se llamaba tres veces al difunto para que entrar en la morada que se le había
preparado. La tumba tiene carácter de altar.
Las
gentes humildes, por el contrario, eran enterradas por la noche, el mismo día en
que morían (no como los emperadores, que eran expuestos una semana) y en
general los muertos pobres eran inhumados porque este acto era más barato que
el de la incineración.
La
muerte de los niños era vivida además con un temor supersticioso, ya que va
contra las leyes de la naturaleza.
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